viernes, julio 27, 2007

EL ESPEJO DE LA DAMA BLANCA

Transcurrieron los días

hasta que se completó una semana;

tranquilidad vivía;

en labor artesana

ejercitábase mi mente sana.


La mañana nacida,

el cántico de aves me despertaba

y en esta nueva vida

bajo el sol meditaba

y a mis pensamientos la forma daba.


Acudía mi guía

a cumplir con la visita obligada

cada mediodía,

costumbre ya instaurada

con nuestra palabra de honor sellada.


Con la mesa servida,

sentados, nuestra tertulia empezaba

yantando la comida,

mis obras recitaba,

o mis inquietudes yo le explicaba.


La nostalgia sentía,

se adueñó de mi corazón latente,

pronto supo mi guía

mi sentir diferente

lo que era tormenta brava en mi mente.


“Un remedio es posible

-decía sonriendo- al sentimiento,

deseo concesible.

La noche es el momento

en el que olvidarás este lamento”


Más no quiso decirme,

pretendía dejarme con la intriga,

era decisión firme.

La impaciencia enemiga

acrecienta los nervios, no mitiga”.


La oscuridad llegó

y la cumbre los nervios alcanzaron.

“Sígueme”, pronunció.

Mis dos pies anduvieron

con esta palabra hechizados fueron.


Tomamos un camino

que a las altas montañas dirigía,

misterioso destino.

De pronto ascendía,

entre riscos la visión se perdía.


Nuestros pies detuvimos,

nos hallamos en una encrucijada,

dos, dos caminos vimos,

vía izquierda subida

diestra bajada, que fue la elegida.


Tras un descenso breve

nos hallamos ante una amplia explanada,

circunferencia leve

de árboles rodeada

y en el centro especie de cuenco se hallaba.


Al altar nos llegamos

sobre él especie de cuenco se hallaba

a los pies observamos

que una hidria reposaba

y hasta el borde repleta de agua estaba.


Con gran solemnidad

tomó entre sus manos la hidria mi guía,

con suma claridad

palabras profería

mientras lentamente el agua vertía.


“Podrás ver el presente

el futuro y lo que ya es pasado,

observa simplemente,

lo por ti deseado

en el espejo te será mostrado”

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