Transcurrieron los días
hasta que se completó una semana;
tranquilidad vivía;
en labor artesana
ejercitábase mi mente sana.
La mañana nacida,
el cántico de aves me despertaba
y en esta nueva vida
bajo el sol meditaba
y a mis pensamientos la forma daba.
Acudía mi guía
a cumplir con la visita obligada
cada mediodía,
costumbre ya instaurada
con nuestra palabra de honor sellada.
Con la mesa servida,
sentados, nuestra tertulia empezaba
yantando la comida,
mis obras recitaba,
o mis inquietudes yo le explicaba.
La nostalgia sentía,
se adueñó de mi corazón latente,
pronto supo mi guía
mi sentir diferente
lo que era tormenta brava en mi mente.
“Un remedio es posible
-decía sonriendo- al sentimiento,
deseo concesible.
La noche es el momento
en el que olvidarás este lamento”
Más no quiso decirme,
pretendía dejarme con la intriga,
era decisión firme.
La impaciencia enemiga
acrecienta los nervios, no mitiga”.
La oscuridad llegó
y la cumbre los nervios alcanzaron.
“Sígueme”, pronunció.
Mis dos pies anduvieron
con esta palabra hechizados fueron.
Tomamos un camino
que a las altas montañas dirigía,
misterioso destino.
De pronto ascendía,
entre riscos la visión se perdía.
Nuestros pies detuvimos,
nos hallamos en una encrucijada,
dos, dos caminos vimos,
vía izquierda subida
diestra bajada, que fue la elegida.
Tras un descenso breve
nos hallamos ante una amplia explanada,
circunferencia leve
de árboles rodeada
y en el centro especie de cuenco se hallaba.
Al altar nos llegamos
sobre él especie de cuenco se hallaba
a los pies observamos
que una hidria reposaba
y hasta el borde repleta de agua estaba.
Con gran solemnidad
tomó entre sus manos la hidria mi guía,
con suma claridad
palabras profería
mientras lentamente el agua vertía.
“Podrás ver el presente
el futuro y lo que ya es pasado,
observa simplemente,
lo por ti deseado
en el espejo te será mostrado”
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