jueves, mayo 01, 2008

CAPÍTULO V

A veces el tiempo transcurría raudo, a veces lento y pesado, mas los días se iban sucediendo con goteo continuo. Noción del tiempo… cada vez más la perdía al no haber diferencia entre los días. Nada perturbaba la mente, que a un fin sólo podíase dedicar. Aliviado de las preocupaciones mundanas y cotidianas, bendición era para el alma… y el cuerpo. Las noches eran para el descanso, los días para el trabajo y el cuidado de flores y plantas en un pequeño jardincillo, que en las noches el perfume de olorosas flores se apreciaba en todo su esplendor. En vigilia, sin embargo, permanecí alguna noche, cuando la luna llena refulgía con esplendor en el firmamento y un manto de estrellas lo cubrían cual florecillas silvestres primaverales coronan un verde prado. Sencilla era, pues, la vida en aquel reino, gratificante… y tranquila.

Mi maestro seguía acudiendo a verme con asiduidad; surgían largas prácticas, donde no faltaba algún consejo ni palabras de ánimo. Al anochecer era el punto y final. Cada día tomaba la pluma, respiraba profundamente la escritura brotaba como por arte de magia, como si una voz a veces me susurrara las ideas que posteriormente desarrollaba, a veces me susurraba lo que había de fijar por escrito. Surgían las ideas como agua de manantial, como el agua de las fuentes protegidas por las ninfas. Inspiración de las Musas. Murmullos que se convertían en palabras. Inspiración de las nobles hijas de Zeus.

Inagotable parecía la fuente, mas aquel día la mente se quedó en blanco. Observaba la blanquecina hoja de papel, impoluta. Nada. Paseos por la casa, deambular nervioso. Remedio no surtía. Me asomaba a la ventana. Tampoco. Salida al exterior y un paseo por las cercanías. Todo era inútil.

Refugio busqué en los placeres de la mesa, mas éstos no lograban evadirme de la obsesión que me acuciaba. A mi mente acudía una y otra vez la imagen del papel en blanco cual una recurrente pesadilla. Y esta imagen repetitiva me provocaba desasosiego. El peor miedo de aquel que ansía su vida dedicarla a escribir sus ocurrencias se había vuelto realidad para mí. ¿Dónde estaba la inspiración? ¿Por qué no acudían las Musas del Helicón en mi auxilio? ¿Acaso había cometido una impiedad? ¿Dónde estáis hijas del Crónica que en la danza tenéis pies alados?

Continuos paseos daba por la casa, como poseído por un ser del otro mundo que me hubiera arrebatado la cordura. Como poseído por la furia de las bacantes dionisíacas. Impotencia y desesperación, nerviosismo y desasosiego. Me sumergía en una zozobra, dominado por los vientos que no dejaban de tensar las velas.

Aquella tarde mi maestro hizo acto de aparición. Desde el primer momento que puso sus ojos en mi rostro se percató de que algo no estaba correcto, no era como siempre. Evasiva fue la primera respuesta, mas ante la insistencia de inquirirme qué me sucedía, decidí ser franco y explicar qué me tenía tan preocupado.

-La falta de inspiración, el temor al papel en blanco… dos grandes problemas contra los que se enfrenta cualquier escritor. Dos problemas que surgen cuando menos se esperan.

De pronto se quedó callado. Nada rompía el silencio. Se atusó la barba y se sumergió en una reflexión, mientras yo permanecía a pie quedo, expectante, sin saber muy bien qué hacer.

-Bien, la solución a este entuerto creo haberla hallado –de pronto dijo en lenguaje tan oracular.- Sígueme, emprendemos un nuevo camino –añadió sin más.

Y de nuevo me vi tomando una senda que desconocía su destino final.

Por una vereda, a la izquierda de donde residía, continuamos. Los frondosos árboles apenas dejaban vislumbrar lo que había a los lados. De vez en cuando alguna figura humana se intuía junto a otras de carácter animal.

Al fin llegamos ante un magnífico edificio de piedra blanca. Tres pisos era su altura. En cada planta de la fachada había columnas; la primera de orden dórico, la segunda jónicas y la tercera corintias. Adornaba la fachada numerosas esculturas de piedra que daban aún más sensación de magnificencia. La puerta era alta, de madera noble, grabada con diversos motivos geométricos. Se encontraba abierta de par en par, invitando a penetrar a su interior.

Así lo hizo mi maestro y a unos pocos pasos yo. Accedimos a un amplio recinto, bien iluminado por la luz solar que penetraba por las ventanas de cristales limpios. Todo él se hallaba repleto de estanterías que conformaban pasillos, cuyo final la vista no alcanzaba. En cada estantería miles de libros reposaban esperando que alguien los tomara en sus manos y con espíritu ávido de conocimiento, descubriera el secreto que las gruesas pastas guardaban. El secreto de aquellas palabras escritas con tinta que guardaban silencio hasta que alguien las leyera. Un espectáculo maravilloso era aquél; tan espectacular que no pude reprimir un “asombroso”. Mi maestro esbozó una amplia sonrisa al oír aquella exclamación.

-Querido discípulo –me comenzó a decir- a un nuevo lugar hemos llegado que ha causado tu asombro. Aquí se guarda la solución al problema que te ha agobiado tanto. En estos libros se guardan conocimientos varios, son crónicas de múltiples vivencias que sirve para conocer y encontrar esa inspiración que se ha perdido momentáneamente. El nombre que reciben son los Annales Maximi y este es su hogar, donde acude el que quiere consultarlos.

lunes, septiembre 17, 2007

LOS ANNALES MAXIMI

La paz que en la Ciudad se respiraba

sosegaba alma, corazón y mente,

y la distancia el estrés olvidadaza.

Cuando la Inspiración en un repente

todos mis sentidos ya poseía

en trance caía completamente.

Yo inmóvil, mas mi mente se movía,

traspasaba del mundo las fronteras

y en un nuevo reino me introducía.

En éxtasis, las ideas, ligeras

bullían, deseando ser escritas

y en libro habitar imperecederas,

a veces en forma de poemitas,

poesías, géneros narrativos,

teatro, también obras eruditas.

Alejado del mundo de los vivos

sin interrupciones, permanecía

sumido a los instintos creativos.

Mas sucedió en aquel hermoso día

que ningún tema Inspiración hallara,

de ideas mi mente estaba vacía.

Como de papel nuevo se tratara,

hoy, en blanco se ha quedado la mente

que de Fantasía antes rebosara.

La nada es ahora lo único existente,

asola estas tristes blancas regiones,

con manto las cubre completamente.

Dentro de un laberinto de pasiones,

la nada es el mayor terror posible

para el que escribe sus observaciones.

Mi desasosiego desapacible

por mi maestro y guía fue notado

puesto que en mi rostro era perceptible.

El terror que causaba tal estado,

cual una recurrente pesadilla,

era el blanco vacío presentado.

Su mano diestra llevó a sobarbilla,

su cana barba atusó, pensaba

cómo dar fin a dicha pesadilla.

Momento de silencio; yo esperaba,

su rostro de pronto se iluminó,

con ansia sus palabras esperaba.

A los ojos me miró, se sonrió,

pero el duro silencio mantenía,

hasta que por fin sus labios movió:

“Quizás a tu problema haya una vía,

cuando la mente se haya bloqueado

y de Inspiración se encuentre vacía

y no veas salida a dicho estado,

la técnica es solución, la salida…

dejarás de estar tan preocupado”.

Y una vez más en esta nueva vida

emprendí otro camino misterioso

y una nueva incógnita surgida.

Ante mí se levantaba orgulloso

magnífico edificio, colosal

y de m boca escapó un “asombroso”.

Traspasamos en silencio el umbral

y al interior del recinto accedimos

y allí la visión fue sensacional.

Número infinito de libros vimos,

nos acercamos a una estantería,

su mano acariciábalos con mimos:

“Cuando la mente está en blanco, vacía

a los Annales Maximi acudimos

de crónicas y sucesos masías.

jueves, agosto 16, 2007

CAPÍTULO IV

El tiempo corrió marcado por los granos de arena del reloj de arena de mi dormitorio y del agua de la clepsidra del salón. Las noches eran apacibles y en el balcón disfrutaba contemplando la luna y el sinfín de estrellas que poblaban el firmamento y que hacía mucho tiempo que no veía, perdidas de la vista a consecuencia de la contaminación lumínica.

El tiempo corrió hasta completar una semana desde mi llegada. Suficiente tiempo para conocer el entorno más cercano ya que el lejano aún me estaba vedado. Paseaba a menudo por los alrededores en la mañana y entablaba conversación con algún ciudadano más, quien siempre se mostraba misterioso y cauto, midiendo mucho las palabras, sin duda para no interferir en los planes de mi maestro. En componer me dedicaba la mayor parte del tiempo, la pluma era ya como un apéndice de mis dedos. Jugar con las palabras era mi principal ocupación. Olvidado me hallaba del mundo del que procedía.

Después de que el sol alcanzara su cenit, poco más del mediodía, acudía mi maestro y guía a mi casa cada día, una cita ya consagrada e ineludible. En torno a la mesa servida de manjares nos sentábamos y mientras los degustábamos, dialogábamos sobre los temas más diversos. La conversación se alargaba hasta la noche cuando él marchaba y me dejaba de nuevo a solas. A veces le leía alguna de mis composiciones y escuchaba sus consejos para así poder mejorar la técnica.

Después de la comida, la conversación se extendía hasta la noche, hora a la que mi interlocutor se marchaba, dejándome en soledad, A falta de otros entretenimientos, el diálogo era imprescindible. Mas, a pesar de la tranquilidad y la cierta felicidad que allí disfrutaba, un sentimiento de nostalgia me inquietó al cumplirse el séptimo día. Al levantarme, recordé todo lo que había dejado atrás, lo bueno y lo malo.

Bonito era el día, pero me equivoqué al creer que daría olvido a mis pensamientos. La melancolía acrecentó aún más con el trinar de los pájaros. A mi mente acudían como un boomerang aquellos pensamientos, por más que los rechazara e intentase alejarlos. No había manera posible de darles esquinazo. Cada vez que creía haber logrado el éxito, cuando menos lo esperaba, volvían a aparecer, a asaltarme. Acuciado, no era capaz de concentrarme y el tiempo huía sin remedio.

A la hora de cada día, Teócrito acudió. A pesar de mantener conversación con él, los pensamientos surgían como un flash, lo que provocaba que en algún momento me distrajera y no prestara la debida atención a mi interlocutor. Errática estaba mi mente.

- Algo te perturba hoy la mente.

El hecho de que aquello fuera una afirmación y no una pregunta, me percató de que mis preocupaciones las había exteriorizado sin darme cuenta. Sorprendido aún, afirmé con la cabeza.

-¿Qué es lo que te preocupa? –preguntó cual hace u padre preocupado por poder dar solución a las inquietudes y problemas de un hijo.

Ante aquella mano tendida, respondí con toda sinceridad.

La melancolía nostálgica había hecho presa de mí.

-A ese problema conozco el remedio. En la noche sanarás de todas tus perturbaciones.

Nada más dijo. Se hizo un momento el silencio y a continuación cambió de tema. Pretendía dejarme con la intriga, con la curiosidad picándome tras la oreja.

Llegó la hora estimada por mi maestro. Con un simple “Pongámonos en caminos. Sígueme” se dirigió a la puerta de entrada. Su paso era acelerado y de nuevo me vi obligado a esforzarme para no perderlo. Nos dirigimos hacia las montañas. A los pies tomamos un sendero sinuoso que ascendía. Los riscos eran altos y no permitían ver más allá. Llegamos hasta una encrucijada con dos posibles caminos: el de la izquierda ascendía, el de la derecha bajaba. Sin ninguna demora, Teócrito, y yo detrás de él, tomó el camino de la derecha. Descendimos con cuidado hasta que desembocamos en una amplia explanada de forma circular, aunque de circunferencia no perfecta, delimitada por árboles que con sus ramas ocultaban lo que había detrás. En el centro un altar cuadrangular y sobre él una especie de vasija de barro que semejaba un kylix. Nos acercamos con parsimonia. Cuando ya estábamos junto al ara, vi otra vasija a sus pies con forma de hidria y una rama fresca de olivo junto al kylix, decorado con una escena donde había un hombre y una mujer; ella sentada y con un kylix en una mano y una rama de olivo en la otra, mientras el hombre permanecía en pie. La vasija de abajo contenía agua, así que mi impresión era cierta.



Con solemnidad mi maestro tomó la hidria entre sus manos, la levantó y lentamente vertió el agua clara en el kylix, con sumo cuidado de no derramar una gota, mientras pronunciaba unas palabras sin que las llegara a entender bien, pues parecían carecer de lógica. A continuación, lleno ya el kylix, depositó la vasija, tomó la rama de olivo y en tanto que pronunciaba de nuevo otras palabras formulares distintas, tocó con la ramita de olivo el agua. En seguida se formaron ondas concéntricas.

-Ahora es el momento de que cures tu nostalgia. Observa el agua y verás el presente, el futuro y el pasado. Podrás contemplar lo que desees –me anunció mientras yo cumplía y me asomaba a observar el agua.

De pronto, sin que nada perturbara su descanso, empezaron a surgir ondas concéntricas que se iban agrandando hasta deshacerse en el borde del kylix, tal como antes había visto. Del fondo poco a poco surgía una luz que iba ascendiendo a la superficie.

-Ante ti tienes “El Espejo de la Dama Blanca –de pronto rompió el silencio Teócrito.

viernes, julio 27, 2007

EL ESPEJO DE LA DAMA BLANCA

Transcurrieron los días

hasta que se completó una semana;

tranquilidad vivía;

en labor artesana

ejercitábase mi mente sana.


La mañana nacida,

el cántico de aves me despertaba

y en esta nueva vida

bajo el sol meditaba

y a mis pensamientos la forma daba.


Acudía mi guía

a cumplir con la visita obligada

cada mediodía,

costumbre ya instaurada

con nuestra palabra de honor sellada.


Con la mesa servida,

sentados, nuestra tertulia empezaba

yantando la comida,

mis obras recitaba,

o mis inquietudes yo le explicaba.


La nostalgia sentía,

se adueñó de mi corazón latente,

pronto supo mi guía

mi sentir diferente

lo que era tormenta brava en mi mente.


“Un remedio es posible

-decía sonriendo- al sentimiento,

deseo concesible.

La noche es el momento

en el que olvidarás este lamento”


Más no quiso decirme,

pretendía dejarme con la intriga,

era decisión firme.

La impaciencia enemiga

acrecienta los nervios, no mitiga”.


La oscuridad llegó

y la cumbre los nervios alcanzaron.

“Sígueme”, pronunció.

Mis dos pies anduvieron

con esta palabra hechizados fueron.


Tomamos un camino

que a las altas montañas dirigía,

misterioso destino.

De pronto ascendía,

entre riscos la visión se perdía.


Nuestros pies detuvimos,

nos hallamos en una encrucijada,

dos, dos caminos vimos,

vía izquierda subida

diestra bajada, que fue la elegida.


Tras un descenso breve

nos hallamos ante una amplia explanada,

circunferencia leve

de árboles rodeada

y en el centro especie de cuenco se hallaba.


Al altar nos llegamos

sobre él especie de cuenco se hallaba

a los pies observamos

que una hidria reposaba

y hasta el borde repleta de agua estaba.


Con gran solemnidad

tomó entre sus manos la hidria mi guía,

con suma claridad

palabras profería

mientras lentamente el agua vertía.


“Podrás ver el presente

el futuro y lo que ya es pasado,

observa simplemente,

lo por ti deseado

en el espejo te será mostrado”

miércoles, julio 11, 2007

CAPÍTULO III

Cuando los rayos matutinos penetraron por la ventana y tocaron con sus dedos mi faz, me desperté. Anunciaban el despertar del día los cantos alegres de pajarillos revoloteadotes, incluso alguno se posaba en la poyata de las ventanas como dándome los buenos días. Lentamente los músculos del cuerpo se iban desperezando y recobraban su vigor habitual. Ilusionado ante el nuevo día, deambulé por la casa. Me dirigí a la cocina donde hallé una mesa dispuesta con diferentes clases de frutas y leche en una jarra de cerámica decorada con pinturas. Acerquéme a la mesa y tomé asiento. Cogí una pieza de fruta y empecé a degustarla, mientras vertía la leche en un vaso decorado. Observé la luz clara que penetraba en el recinto.

Unos golpes en la puerta de entrada me despertaron de mis ensoñaciones. Sin acercarme, mandé pasar, pues la puerta no estaba cerrada con llave; en aquel lugar no era necesario. Mi guía se presentó ante mí esbozando una amplia sonrisa.

-¿Qué tal has pasado la noche? ¿Te has hecho al nuevo hogar o has sentido nostalgia?

-La noche la he pasado muy bien. Parecía que mi cama era la de toda mi vida.

-Me alegro –contestó mientras cogía una manzana y acto seguido la mordisqueaba.

Terminé de comer la pieza de fruta que antes de su llegada había empezado y me bebí la restante leche de mi cuenco.

-¿Ya has finalizado tu desayuno?

Asentí con la cabeza mientras limpiaba mis labios con una servilleta de tela blanca, suave al tacto.

-Bien. Ya es hora de que comiences tu camino por estas tierras. El orden no es importante, pero creo que será de tu interés el lugar al que vamos. ¿Estás preparado?

-Sí –respondí lacónicamente.

-Pues vamos –dijo mientras me hacía un ademán con la mano.

Acto seguido, se dirigió a la puerta y salió. Apenas me había levantado de mi asiento cuando él ya había desaparecido por el umbral de la puerta. Ni tan siquiera se había detenido para esperarme, por ello tuve que emprender una pequeña carrera para conseguir ponerme a su altura. Parecía no haberse percatado de mi ausencia; tan absorto se encontraba en sus pensamientos.

-Largo camino nos queda aún –dijo cuando llevábamos un buen tiempo caminando-. Hacia donde nos dirigimos es uno de los lugares más alejados de donde vives.

En nuestro camino atravesábamos prados y caminos. El cielo estaba despejado, en su mayoría azul, aunque alguna nube blanca rompía la monotonía. Gente hallábamos a nuestro paso que nos saludaba con la mano. Mas no nos deteníamos, sino que mi guía devolvía el saludo sin interrumpir la marcha.

No sé cuánto tiempo exacto estuvimos caminando. Bastante. El sol se encontraba ya alto. Parecía que nunca íbamos a llegar a nuestro destino.

-Paciencia –me dijo como si me hubiera leído la mente-. Ya estamos cerca.

No tardamos mucho más en llegar ante los límites de un frondoso bosquecillo. La vegetación era tan espesa que no veía forma de penetrar en él. Mi maestro fue rodeando la vegetación hasta que llegamos a lo que parecía una entrada ya que un camino se adentraba. Camino del cual no se divisaba el final.

-Bien. Ahora nos adentraremos en el bosque. Estás a punto de conocer uno de los secretos que guarda esta ciudad –se hizo el misterioso y el enigmático en un intento de que la curiosidad me picara aún más.

Lo consiguió.

Seguimos el camino. A unos pocos metros comencé a observar cómo la oscuridad se iba haciendo más profunda según avanzábamos, como si la noche cayera. El canto de los pájaros había cesado. Sólo había silencio. Cuando, de pronto, se escuchaba la voz de una lechuza. Y la oscuridad fue casi completa.

Aquella oscuridad me intranquilizaba, mas mi guía se mantenía tranquilo y sereno. Miraba a uno y otro lado. Sólo llegaba a percibir sombras.

-No te preocupes. Es un lugar seguro, aunque no lo parezca –volvió a leerme el pensamiento.

Al mirar al frente, observé un punto de luz. Según nos acercábamos se iba haciendo más grande y luminoso.

-Ya estamos cerca –me anunció.

A unos pocos metros de distancia, la luz se hizo más intensa para nuestros ojos. Al penetrar en ella me deslumbré, nada podía ver. Estaba cegado por completo. Continué andando, siguiendo mi camino por propia inercia. Oía los pasos de mi maestro. Poco a poco los ojos se fueron librando de sus tinieblas.

Una vez recuperados, me hallé en un claro de forma circular donde en el centro había una rugiente hoguera, alrededor de ella hombres y mujeres que nos observaban sonrientes. El cielo se encontraba por completo oscurecido. La luna llena brillaba y las estrellas resplandecían. No tenía la sensación de que hubiera transcurrido tanto tiempo.

-Bienvenidos a “El bosque de Medianoche”, donde perpetua es la noche. Has llegado al reino del misterio y la leyenda. Acomódate –me hizo un ademán para que me sentara cerca de la hoguera-. Teócrito no es nada habitual verte por aquí –añadió.

-Me han encargado que sea su guía, Gustavo.

Me senté al lado de mi maestro. Aún no entendía nada de aquello. Era todo muy enigmático.

-¿Quién empieza para que nuestro aprendiz pueda entender para qué le han traído aquí?

De pronto, un hombre se levantó, quien atendía por el nombre de Plinio, y tras anunciar un título, comenzó a relatar una historia. Una vez finalizada, comencé a comprender que en aquel lugar se reunían quienes habían compuesto una leyenda o relato de misterio y quería ponerlo en común.

-Es hora de que nuestro invitado tome el relevo.

Sin quererlo me halle en un brete. Por mi desconocimiento no tenía nada preparado. Era hora de improvisar. Pero qué. Momentos de duda. De tensión. Mi mente trabajando a gran velocidad. De pronto hallé el tema sobre el que podía hablar: la leyenda que me contó mi anfitrión del pueblo.

-La “Sombra” del bosque –anuncié, suspirando hondamente.

Y comencé con mi exposición.

Finalizada la elocución, los asistentes rompieron en aplausos y felicitaciones.

El portavoz se levantó e hizo cesar los aplausos.

-Bienvenido, has superado la iniciación, ya eres uno más. Cuando quieras aquí tendrás un sitio reservado.

A continuación, dio una palmada y un cortejo de mujeres, semejantes a ninfas, surgió, portando bandejas de comida y vasijas con bebida. Mientras las doncellas nos servían los manjares, un jovencito rubio escanciaba el vino en copas que se iba pasando a casa comensal. Era la celebración de mi iniciación. Y no iba a ser la única que tendría que pasar.